viernes, 16 de noviembre de 2012

¿Dios se da cuenta de lo que nos pasa?-Pastor Alejandro Stamateas :D

Juan 11:38: “Conmovido una vez más, Jesús se acercó al sepulcro. Era una cueva cuya entrada estaba tapada con una piedra.
—Quiten la piedra —ordenó Jesús.
Marta, la hermana del difunto, objetó:
—Señor, ya debe oler mal, pues lleva cuatro días allí.
—¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios? —le contestó Jesús.

Entonces quitaron la piedra. Jesús, alzando la vista, dijo:

—Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Ya sabía yo que siempre me escuchas, pero lo dije por la gente que está aquí presente, para que crean que tú me enviaste.

Dicho esto, gritó con todas sus fuerzas:
—¡Lázaro, sal fuera!
El muerto salió, con vendas en las manos y en los pies, y el rostro cubierto con un sudario.
—Quítenle las vendas y dejen que se vaya —les dijo Jesús”.

A veces pasamos por momentos de crisis, por situaciones difíciles, y sentimos que Dios no nos escucha. Sentimos como que Dios da vuelta la cara, como que no está en el asunto, no nos está respondiendo. Cuando hablamos con Dios, le pedimos algo y no recibimos respuestas a nuestros pedidos, cuando las cosas se tardan y no hay respuesta, pensamos que Dios no está interesado en nosotros. Y esto nos pasa específicamente a las mujeres. ¿Saben que se realizó una encuesta que reveló que la mayor queja que tenemos las mujeres es no sentirnos escuchadas, que los hombres no nos escuchan? La encuesta arrojó que solo un 33% de las mujeres le hablan a sus parejas y se sienten escuchadas. El resto de las mujeres ni siquiera hablan con sus parejas porque sienten que ellos no las escuchan, como que no les dan importancia. Esto muestra la gran necesidad de hablar que tenemos las mujeres, porque, como ustedes saben, las mujeres nos sanamos hablando. Muchas veces, el no sentirnos escuchadas por nuestra pareja u otras personas, lo trasladamos a nuestra relación con Dios. Decimos: “si mi marido, que me conoce hace años, no me escucha, Dios tampoco me debe escuchar”. A veces trasladamos eso que nos pasa en nuestro mundo natural, en nuestras relaciones interpersonales, a la relación que tenemos con Dios. 

Yo te quiero hablar de 3 principios para que sepamos cómo Dios nos escucha. 

Principio 1: Dios siempre oye.

Cuenta la Palabra que estaban los discípulos reunidos y lo vieron a Jesús resucitado. Tomás no estaba con ellos ahí. Entonces, los discípulos, después de ver a Jesús resucitado, van delante de Tomás y le cuentan que habían visto a Jesús resucitado. Pero Tomás dice: “si yo no lo tengo delante mío y le toco la herida, yo no creo que Jesús haya resucitado”. Y esto lo dijo en una conversación con los discípulos, ni siquiera fue una oración de Tomás. Fue simplemente un comentario, como vos podés hacer con tus amigas, con tu gente querida, cuando por ejemplo, estás hablando del trabajo, de algo que te gustaría que te pasara o que te gustaría ver, o que quisieras experimentar. Tomás ni siquiera estaba hablando fe. Al contrario, dijo: “yo tengo que ver para creer” y tampoco estaba haciendo una oración a Dios como podría ser: “Padre, ¡quiero ver a Jesús, mostrámelo a mí directamente!”. No. Él estaba teniendo una conversación, y sin embargo, Dios escuchó esa conversación. Pasó una semana y Jesús mismo se presentó delante de Tomás y le dijo: “tocá mis heridas”. Es decir, las mismas palabras que había dicho Tomás, Jesús se las repitió. ¿Por qué? ¡Porque Dios siempre oye! Lo que hablás, lo que decís, lo que tenés para contarle: ¡Dios te oye!

Dice la Palabra del Señor:"Los ojos de Dios están sobre los justos y sus oídos atentos a sus oraciones". ¡Dios está atento a mis oraciones! ¿Viste el Dios que tenemos? Dios no es un Dios que se olvida sino que está atento a cada palabra que sale de tu boca. 

Principio 2: Dios siempre oye y siempre responde. 

Esto es sencillo, pero hay que recordarlo todo el tiempo porque ahí va nuestra fe. Dios responde a pedidos, pero Dios también responde a emociones. A veces, Dios te da lo que estás pidiendo en el momento y otras veces, Dios no te da eso que pediste pero está respondiendo a una emoción tuya.

Yo tengo la oportunidad de hablar con mujeres maltratadas. Muchas de ellas me dicen: “pero a mí me gustaría volver con ese hombre…”, “si ese hombre cambiara…”, “yo quiero a ese hombre, quiero volver y no sé cómo hacer”, “aunque me golpeó, aunque me mando al hospital, yo estoy tentada a volver a hablar con ese hombre y tenerlo conmigo…”.  Y Dios oye ese pedido. Vos decís, “¿por qué Dios no me devuelve a ese hombre?”, “¿por qué no me lo trae cambiado?”. Dios dice, “voy a responder a tu emoción: vos te sentís sola, vos te sentís ignorada, vos sentís que no tenés habilidad para progresar sola, vos te aferraste a esa persona. Yo voy a trabajar en tus emociones primero, porque tengo que sanar algo antes de traerte esa persona, o aún si no te la traigo, vas a estar sana para saber que no necesitás tener a alguien con esas características. Es decir, Dios responde a pedidos pero también responde a las emociones. Hay momentos en donde no necesitás algo, sino que necesitás un abrazo de Dios. Y Dios lo sabe hacer. Hay momentos en donde te parece que necesitás algo y Dios te dice, “No. Lo que necesitás es que te consuele”. Y Dios lo hace. “Lo que necesitás es que te dé gozo, alegría”. Y Dios lo hace, porque Dios responde a pedidos pero también responde a nuestras emociones. 

Principio 3: Dios siempre responde según un plan. 

Por ejemplo, si vas al médico y le pedís que te dé una pastilla para dormir porque hace meses y meses que no podés dormir. Y le contás que tenés un dolor de cabeza fuertísimo que no te permite dormir. Si el médico es un buen médico, ¿qué va a hacer? Va a investigar. Va a investigar tu historia clínica, te va a hacer un chequeo y te va a mandar a hacer análisis. No te va a dar la pastillita que vos le estás pidiendo. Él tiene que actuar de acuerdo a un plan, de acuerdo a cómo está tu salud. Tiene que ver qué es lo que pasa realmente con ese dolor de cabeza y de dónde viene. Dormir, vas a dormir, pero el médico te va a dar un plan de tratamiento para que vos logres dormir. No te dio la pastilla que vos le pediste, pero el resultado va a ser efectivo porque sigue un plan. De la misma manera actúa Dios: a veces le pedís algo, y como no sabemos pedir lo que nos conviene, Él te dice, “Muy bien, yo te lo voy a dar, pero de acuerdo al plan que tengo para tu vida”. En Santiago 4:3 el Señor dice: “Piden y no reciben porque piden mal”. Dios no nos creó y luego nos dejó solos, a la deriva. Él te dice, “Yo te creé con un propósito. Entonces, yo te voy a dar todo lo que me pedís, pero de acuerdo a mi plan”. Lo que vos le pedís a Dios, va a venir en un momento de tu vida, pero tal vez venga envuelto en un papel de regalo diferente al que vos imaginabas. Él siempre te va a dar lo que pediste, porque Dios siempre responde a nuestras oraciones. 

A veces, como Dios no nos responde dándonos eso específico que le pedimos, en el momento exacto en que se lo pedimos, sentimos que Dios se olvida de nosotros, que no se da cuenta de lo que nos está pasando, de lo mucho que estamos sufriendo, de esa deuda que no podemos pagar y nos van a echar de la casa… Sentimos el “silencio de Dios”.


Cuando fuimos a Madryn con mis hijas, quisimos tener la experiencia de embarcarnos para ver a los delfines en medio del mar. El señor que conducía el bote nos aseguraba que los delfines estaban, pero aunque esperamos durante horas, los delfines nunca aparecieron. Volvimos a la costa sin ver ni un solo delfín. A los pocos días, cuando ya habíamos regresado a Buenos Aires, los delfines decidieron salir a la superficie y nuestros amigos les tomaron fotos y nos las mandaron. Lo que quiero decir con esta historia es que los delfines estaban en el mar, pero no aparecían, no salían a la superficie. Nosotros no los veíamos, pero estaban. Algo así nos pasa con Dios: Él tiene tu respuesta. Dios está haciendo cosas, se está moviendo. Tal vez hoy no lo ves, pero la respuesta a tu pedido está, porque Dios es fiel. ¡La respuesta es tuya, la tenés!

¿Qué tenemos que hacer?

Lo primero que tenés que tener es una actitud de fe al pedir. Cuando pidas, primero, antes de ver la respuesta, tené una actitud de agradecimiento. 

Antes de que Lázaro resucitara, Jesús le agradece a Dios por la respuesta. Le dice: “Padre, yo sé que me escuchaste porque siempre me escuchás, ¡gracias por haberme escuchado!”. Ahí es donde va tu fe. Tu fe no va en la respuesta, sino en saber que lo que acabás de decir delante de Dios, Él ya lo escuchó. Y si Dios lo escuchó, ¡Él te va a dar lo que pediste! Tu actitud tiene que ser una actitud de agradecimiento antes de ver el milagro, antes de ver tu respuesta: “¡Gracias, Señor, porque sé que escuchaste lo que te acabo de decir!” Hay gente que ora y le parece que está orando al vacío: no siente que Dios lo escucha. Vos no tenés que sentir que Dios te escucha, ¡vos tenés que creer que Dios tiene sus oídos atentos a todo lo que vos hablás! 

En segundo lugar, cuando vos orás, tenés que saber que Dios no es un medio para obtener lo que querés: ¡Dios es el fin! Dios no es la bola mágica que yo froto, le pido algo y me lo da. Dios no es el teléfono “¡Llame ya!” que marco el número, pido y Dios me lo da. Dios no es el medio para obtener cosas: Dios es el fin. El fin es relacionarme con Dios, conocer más a Dios, conocer más de su grandeza. Lo otro viene, claro que sí, porque con Dios la bendición está, y si vos te relacionás con Dios, la bendición aparece. Hay gente que dice: “Dios, bendecime pero no te metas en mi vida, mi vida la organizo yo, pero ahora necesito algo de vos”. Es esa gente que una vez al mes va a un lugar a hacer un pedido a Dios, o va delante de un santo y le dice, “dame esto pero no me pidas nada más, no te metas en mi vida”. Dios es un Dios de relaciones: a Dios le gusta relacionarse con nosotros. Porque Dios es el fin y ¡Él quiere meterse en nuestra vida! 

¿Recordás la historia del hijo pródigo que está en la Biblia? Había un hombre que tenía dos hijos y uno de ellos le dice: “Mirá, papá, dame la parte de la herencia que me corresponde, porque yo no quiero vivir más bajo tus alas. Yo ya estoy grande para administrarme y mantenerme solo”. Y el padre le da la parte de la herencia que le corresponde. El hijo se va y malgasta el dinero porque no sabía administrar. En un momento, cuando el hijo estaba mal, en plena pobreza, se acuerda del padre y dice: “Voy a volver con mi papá, pero voy a volver para ser un empleado suyo. Antes era hijo, pero ahora quiero hacer lo que él quiera, aunque sea trabajar con sus animales, lo que sea, lo que él me dé, yo lo voy a aceptar”. Y el padre lo esperó con anillo, con capa, con calzado nuevo: ¡le dio más de lo que él imaginaba! ¿Por qué? La primera parte de la historia, por medio de ese papá que podría representar a Dios, nos está mostrando un Dios de ley, un Dios que te da porque te corresponde. ¡Claro que por ser hijos, las bendiciones nos corresponden! Vos le podés pedir a Dios como un Dios de ley: “¡Dame esto!”, y que Dios te lo dé porque te corresponde. Pero la segunda parte de la historia, nos habla de un Dios de gracia: un Dios que no te va a dar lo que le pedís, sino que siempre te va a dar más. También nos habla de un hijo que se dio cuenta que no servía la ley, sino que lo importante era saber que fuera como fuera, su papá iba a estar ahí para relacionarse y abrazarlo. 


Dios es un Dios de relaciones. Dios es un papá que podría darte todo lo que vos le pedís, en el momento en que se lo pedís. Pero como a Dios le gusta relacionarse y nos ama tanto, cuando nos relacionamos con Él, Él no nos da lo que pedimos sino que nos da más abundantemente de lo que pedimos o aún entendemos, porque todo tiene un plan y un propósito. ¿Saben cómo llamaba Jesús a Dios? “Abba”. “Abba” era un diminutivo cariñoso. En ese momento, los religiosos no podían creer que Jesús lo llamara así: ¡nadie trataba así a Dios! Porque Dios era el Dios legal. Pero Jesús dice: “yo les vengo a mostrar al Dios de la gracia, y cuando ustedes se relacionan con Él, Él les da más abundantemente, por gracia, lo que están necesitando”. ¡Dios sabe lo que está construyendo en tu vida! Dios, como arquitecto, sabe qué está armando en tu vida, qué es lo que está haciendo y cuál es el propósito que tiene para vos, para que todo lo que hagas en la vida siempre te salga más que bien.
Cuando orás, ¿le orás al Dios de la ley? ¿Le decís: “Dios, ¡dámelo!”, o “¡No me des nada! Ni te puedo hablar, Señor… ¡con el error que cometí!”? ¿O le orás al Dios de la gracia? “Yo te estoy pidiendo, Dios. Confió en que me escuchaste. Te agradezco porque ya sé que me escuchaste. No puedo no agradecerte, ¡porque sé que a mí me escuchás! Aunque no soy perfecta, aunque me equivoco, aunque he pecado, aunque las cosas no están bien entre nosotros, aunque parece que me porté mal y merecería castigo, vos me escuchas, porque no sos el Dios de la ley”. El Dios de la ley, es un Dios que si te portás bien, te tiene que dar, y si te portás más o menos… “¡Ah! ¡Por eso Dios a mí no me responde: porque no soy buena!”. Pero el Dios de la gracia, no tiene nada que ver con que te portes bien o mal, sino con que Él es un Dios de gracia que extiende Su misericordia y Su gracia sobre tu vida, hagas lo que hagas. “Dios, sé que todo lo que te digo, vos me lo escuchás. Te agradezco por eso y Señor, yo sé que lo voy a recibir. Tal vez no lo reciba en el envoltorio que yo me imaginé, pero como vos tenés un plan conmigo, yo te entrego toda mi vida para que vos hagas lo que te parezca mejor”.

Jesús mismo lo decía: “Señor, pasa de mi esta copa, pero que se haga tu voluntad y no la mía”, “Yo no quiero vivir esto, ¡pero que se haga tu voluntad!”. Decile: “Señor, mirá, yo te pido esto, a mí me parece que lo que te estoy pidiendo es lo mejor, espero que coincidamos, pero si no llegáramos a coincidir, sé que me lo vas a dar, pero me lo vas a dar de otra manera, por otro camino, para que yo pueda disfrutarlo cuando lo reciba, y no para que arruine mi vida. ¡Yo sé, Señor, que me lo vas dar!”. Dios siempre te da más abundantemente.

“Padre –dijo Jesús–, yo sé que siempre me escuchás”. Y si Él nos oye, ya tenemos otorgadas las peticiones que le hayamos hecho. 

Hay una petición en tu corazón, hay algo que le pediste a Dios. Él ya te escuchó. No te preocupes: está trabajando en eso de acuerdo al plan que tiene para vos. Vos, agradecele e invertí tu fe en eso. Decile: “Te creo, Dios, y te agradezco porque lo que te pedí va a venir, ¡yo sé que va a venir!”. Eso no lo pongas en duda, porque no tiene que ver con tu carácter sino con la gracia de Dios.

¡Dios nos oye! ¡Somos de Él! ¡Él no nos suelta la mano! Dios abre puertas, ¡Él es bueno! Vos decís, “pero pastora, yo me equivoque tanto…Dios no confía en mí…”. ¡No! ¡Dios sabe lo que estás pasando y Él está haciendo el plan, vos estás metida dentro del plan. Si te lo da en el momento es porque pediste como conviene. Y si tarda, no te preocupes porque venir, viene. Vos pedí y dejalo en Sus manos. Decile: “Si a vos te parece, lo hacemos. Yo estoy dispuesta”. Y Dios te va a decir que sí en el momento correcto. En el momento justo, Dios te va a decir, “sí”, porque Él da más abundantemente de lo que pedimos o entendemos.

Yo sé que vos tenés un pedido. Tal vez ya se lo hiciste a Dios, o tal vez hoy tenes uno nuevo, distinto. Hoy sabés que Dios te va a escuchar, que Dios tiene su oído atento a vos, a lo que hablés ahora. Vos no tenés que ponerte una careta delante de Dios. Decí, “Yo vengo delante tuyo. Yo sé que vas escuchar esto y que ya vas a ponerte en funcionamiento para que yo lo tenga”. Y lo primero que vas a hacer es agradecerle porque Dios ya te escuchó, aun antes de que hables, ¡Dios ya te escuchó!




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